El mes de las flores, en el valle de las flores

Amapolas

Si existe un valle en España que se gane a pulso el calificativo de valle de las flores, ese es sin dudarlo el Valle de Alcudia en la provincia de Ciudad Real.

El mes de Mayo es ideal para visitarlo. Sus espectaculares dehesas se transforman en un gran mosaico de colores, de tonalidades amarillas, rojas, violetas y blancas. Los campos se encuentran tamizados de multitud de dientes de león, margaritas, amapolas, cantuesos y jaras en flor, dignos de ser fotografiados o pintados al óleo, multitud de veces.

Toda esta explosión de vida vegetal es aprovechada por la fauna que habita el valle. La abundancia de esta variedad de flores atrae a multitud de insectos que se multiplican en época primaveral. Mosquitos, abejas, avispas, abejorros, mariquitas, o escarabajos, son presa de especies procedentes del continente africano, como abejarucos, ruiseñores comunes, golondrinas dáuricas o vencejos comunes. A su vez estas especies serán depredadas por otras rapaces estivales como águilas calzadas o milanos negros.

A toda esta riqueza natural hay que añadir la existencia de gran variedad de orquídeas. El valle de Alcudia es una de las mejores zonas de la Península Ibérica para observarlas y fotografiarlas, y harán las delicias de los amantes de la botánica y la fotografía de la naturaleza.

Quería volver a repetir la buena experiencia de la ruta en bici que hice el verano pasado.

Esta vez tocaba en primavera, con el aliciente a estos idílicos paisajes floridos y el remonte de los barbos por la Presa de Mendoza, que se produce aproximadamente por estas fechas.

Este es el relato de la ruta en bici que hice en el puente de primeros de Mayo de 2015.

Al bajarme del tren con la bici, ya percibía el aroma de la primavera. Las primeras especies de aves que me dieron la bienvenida fueron unos chillones estorninos negros que estaban en el tejado de la estación, y unas juguetonas golondrinas comunes que tenían sus nidos en el techo del inmueble.

Al tomar la carretera que lleva al pueblo, pasaron por encima de cabeza, cuatro escandalosas grajillas.

En la recta antes de subir al puente que cruza la vía del tren, pedaleé con fuerza para ganar más velocidad. Las cunetas de la carretera estaban  a rebosar de amapolas,  y las dehesas cercanas tenían un bonito tono amarillento.

En los postes de madera de las vallas de las fincas, varios trigueros se desgañitaban hinchando el pecho y cantando tan fuerte como podían.

Triguero

En lo alto del puente, hice una pequeña parada para ver el nido de cigüeña blanca, construido sobre una torreta eléctrica.

 

Aproveché la bajada para no tener que pedalear durante varios metros, no sin perder de vista las magníficas dehesas del cercano Cerro de Buenos Aires.

Dehesas cerro Buenos Aires

En los postes de la luz de las cunetas, los primeros abejarucos comenzaron a hacer acto de presencia, atentos a cualquier insecto que se les pusiese a tiro.

Un rato después, en un claro cercano al helipuerto, asusté a un nutrido grupo de palomas torcaces.

Me situé en el puente que cruza el Guadalmez, y pocos minutos pasaron sobre mi cabeza dos charrancitos comunes, inconfundibles por sus cánticos y el color amarillo de sus picos. A lo lejos, en un meandro que hacía el río, una gran garza real agudizaba su visión para intentar pescar algún incauto pececillo.

garza real

 

Al entrar al pueblo, en un cercano adelfar, fui recibido por un grupo mixto de verderones y verdecillos.

Giré a la izquierda para coger la pista en dirección a la depuradora, y que posteriormente me llevaría hasta la orilla del río. Allí las golondrinas dáuricas se confundían con las golondrinas comunes en su afán de recoger todos los mosquitos que podían engullir.

En las zonas de barbechos de las huertas cercanas, algunos de ellos salpicados de cardos, los jilgueros se arremolinaban sobre ellos, para poder sacar las exquisitas semillas de cardo, que para ellos eran un auténtico manjar.

Tras varios metros de intenso pedaleo llegué a la orilla del río y allí comencé a observar las primeras garcillas bueyeras que remontaban el río, en formación lineal.

Un osado martín pescador pasó volando como un auténtico misil viviente por la orilla del río, y fue a perderse a una zona de tarayes.

En un gran árbol seco, con sus raíces dentro del río, unas tórtolas turcas eran acosadas por una pertinaz urraca.

En la lejana orilla izquierda del río, se veía una alineación de patos, que intuía que se trataban de gansos del Nilo, y lo pude corroborar cuando los observé detenidamente con los prismáticos. En la cercana estación de Belalcázar, el pasado verano, se registró la mayor concentración de este ganso exótico, lo que sirve como botón de muestra la importante expansión que está experimentando esta especie en el interior peninsular.

Gansos del Nilo

Antes de llegar a la isla de los tarayes me entretuve fotografiando un elegante macho de somormujo lavanco.

Somormujo lavanco

La pista de tierra poco a poco iba llenándose de guijarros, y con tanto traqueteo decidí hacer una parada para descansar sobre el Arroyo de los Rehundideros. Al asomarme, asusté a una garceta común qué estaba descansando en la orilla del arroyo.

Arroyo Rehundideros

Garceta común

Ya estaba justo en frente de la isla de los tarayes, y el sonido comenzó a ganar en decibelios, por la gran cantidad de garcillas bueyeras y garcetas grandes qué cantaban a pleno pulmón. Entre estas, se colaba alguna garza real. El dormidero de estas ardeidas cuenta con muchos ejemplares, y merece la pena acercarse a él para fotografiarlas.

Llegué a una zona de áridos y allí decidí dejar la bici, para situarme justo en la orilla de la cola del Embalse. En la zona de áridos una sucesión de charcas con poco agua, les servía de descansadero a unos cuantos andarríos chicos qué compartían este hábitat con otras tantas lavanderas blancas.

Estuve un buen rato, mientras el sol de la mañana lo permitía, deleitándome con las magníficas vistas de la cola del Embalse, y de las Sierras de la Moraleja y el Torozo.

Ya iba siendo hora de retomar la vuelta, si no quería llegar muy ajustado a coger el tren de regreso.

En una encina seca, comencé a oír el canto lastimero de una abubilla, y con paciencia logré descubrir su ubicación. Estuvo muy participativa y se dejó fotografiar sin problemas.

Abubilla

Sobre un cerro cercano sobrevolaba una gran rapaz. Al principio sólo le pude ver la silueta porque tenía el sol de cara, pero tras ponerme de espaldas a él, pude ver qué se trataba de una culebrera europea.

Según pedaleaba por la orilla del río, parecía qué me acompañasen al unísono varios ejemplares de cormoranes grandes qué remontaban el río. Las últimas especies qué anoté antes de abandonar el río y dirigirme a la zona de las huertas fueron una focha común y dos gallinetas comunes.

Cormoranes grandes

En la pista por la zona de huertas, los machos de trigueros cantaban con un buen timbre, apostados sobre las vallas metálicas de las cercas del ganado. Algunos alcaudones comunes también aprovechaban estos posaderos artificiales, como lugar de oteo para sus posibles presas.

Al llegar a la carretera a Peñalsordo hice un alto para ver el nido de cigüeña blanca sobre una torreta eléctrica. La gran plataforma en la qué consistía el nido era ocupada por otros huéspedes oportunistas, como una buena colonia de gorriones morunos.

Cigüeña blanca

En un olivar cercano al puente sobre el Guadalmez me detuve a fotografiarlo, porque estaba salpicado por una gran alfombra de amapolas. Allí entre las ramas de un gran olivo jugaba al escondite un travieso pinzón vulgar.

Río Guadalmez

Poco antes de llegar a la presa de Mendoza me entretuve con una pareja de tarabillas comunes qué estaban posadas sobre el poste de madera de una finca de caza. Con mucha paciencia, pues estaban de lo más activas, pude sacar un par de fotos al macho.

Tarabilla común

Tras cruzar la pista de tierra qué sale desde la carretera, llegué a la orilla del río, cerca de la Presa de Mendoza. Allí, sobre una alfombra de ranúnculos, estaba completamente estática una gran garza real.

Volví a ver volar otro grupo de charrancitos comunes, y más arriba de ellos volaban a gran velocidad vencejos comunes y aviones comunes.

Cuando llegué al borde la presa me llamó la atención algo qué estaba justo en el filo de esta. Al mirar con los prismáticos vi una escena de lo más rocambolesca. Un ganso del Nilo cruzándola por el lado donde llevaba más corriente. Era gracioso ver como a duras penas mantenía el equilibrio. Tras varios minutos de incertidumbre, pudo terminar su recorrido sin problemas.

La hora se me echaba encima así qué decidí volver sin hacer paradas hasta la estación.

La última especie para anotar fueron unos ruidosos rabilargos qué aparecieron en los eucaliptos cercanos a las vías del tren.

Si sois unos apasionados de los paisajes de dehesas, no dejéis de visitar el Valle de Alcudia en el mes de Mayo. Será una inolvidable experiencia para vuestros sentidos.

¡Felices avistamientos!.

© Rafita Almenilla.

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